Bogotá no se revela de golpe. Se insinúa, se trepa, se respira. Este cuento te lleva por una calle que lo tiene todo: historia, arte, y complicidad familiar.
Miras esa joya.
Bogotá te la lanza de frente: el Colegio Mayor de San Bartolomé.
Respiras hondo. El aire se esconde.
A tu izquierda, la casa donde la novia de Bolívar suspiraba hacia el Libertador.
Cruzas. El Teatro Colón huele a arte.
Un paso más: la infancia de Silva.
Trepas con el cochecito de tu hijo. Tus pulmones protestan.
Él te mira, sonríe, como si la cuesta fuera un juego.
De pronto, el Museo Militar.
Avanzas. Caro y Cuervo: letras y cerveza.
Tu respiración se acelera, el corazón late fuerte.
No sabes si te falta oxígeno o palabras.
La calle se empina. La Pola resiste contigo.
Bogotá no perdona. Bogotá enamora.
Te detienes. La vista es magia.
Tu hijo señala el horizonte, como si descubriera un secreto.
Sacas dos empanadas. Las chocan como un brindis.
Ríen. Y en ese instante, lo cotidiano se vuelve extraordinario.
Una calle. Eso basta para enamorarse de esta ciudad.
Por. Fredy Calderon
Una calle puede ser un mapa emocional. Este recorrido, entre empanadas y sonrisas, es testimonio de cómo Bogotá enamora sin pedir permiso.
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