Llovía y llovía sin tregua, habíamos caminado solo unas cuadras cuando el torrencial aguacero cayó sobre nosotros sin previo aviso; la guía nos comentó de inmediato que bogotano que se respete siempre debe andar con un paraguas en su bolso o mochila; nos preguntó si habíamos traído paraguas y de siete, solo cuatro contestamos que sí; el resto se quedaron mirando angustiados a Gina la guía.
—saquen sus paraguas mi gente que el tour va a continuar, por favor los que tienen los paraguas compartan con los que no tienen y así seguimos de a dos; —dijo Gina—
Caminamos unas 4 cuadras bajo el torrencial aguacero, esto nos ayudó a conectarnos entre nosotros al tener que compartir los paraguas todo el camino. Sin darnos cuenta nos vimos frente a una casa rosada que se parecía mucho a las casonas en Andalucía España que yo había visitado algunos años atrás.
—bienvenidos a maría Tomasa. —dijo Gina, que se veía feliz de haber llegado—
Dejamos los paraguas en la entrada, seguimos a nuestra guía y a el anfitrión hasta adentro de la casa.
—esta es la primera parada de nuestra experiencia local en Bogotá. —dijo nuestra guía invitándonos a sentar—
Yo estaba desubicado; desde el primer momento cuando conocimos a nuestra guía ella nos había dicho que para comenzar el tour y poder conocer a Bogotá como la capital de Colombia y no como una ciudad aislada; era necesario conocer a María Tomasa; en ese momento yo me imaginaba que íbamos a conocer a una matrona caribeña que nos enseñaría a cocinar; esto me lo imagine por ese nombre tan peculiar. Pero estábamos aquí en esta casona y no veía a ninguna María por ningún lado. La guía nos explicó que María Tomasa era un restaurante de comida caribeña colombiana ubicado en el corazón de la candelaria; y que sus creadores eran del caribe colombiano; Gina también comento que esa era la magia de Bogotá; era la capital inclusiva y diversa de todos los colombianos. Mientras Gina seguía hablando y dándonos información sobre el lugar y lo que íbamos a hacer; yo estaba hipnotizado por el lugar que comenzaba a atraparme; mire hacia una de las paredes sin parpadear atraído por una hoja grande y de color blancuzco que estaba a un costado nuestro; ocho picos individuales parecían fundirse en uno solo. Al percatarse de mi asombro; Gina nos explicó que esta era la hoja de un árbol llamado yarumo y que en la cosmovisión de los nativos de Colombia era el árbol de la sabiduría ancestral; entonces comenzó a explicar también sobre las palmeras, los cactus como el cola de mico y otros que ambientaban el lugar; estábamos en un restaurante, en una ciudad de alrededor de 10 millones de habitantes, pero al mismo tiempo estábamos en un tipo de ecosistema nativo de las montañas del norte de Colombia; habíamos sido trasladados allí sin darnos cuenta desde el mismo momento en que entramos a la casona rosada.
—Chicos ahora vamos a probar Ceviche de pescado, jugo de corozo, chips de plátano verde, yuca y arracachá. —dijo la guia—
—el ceviche de pescado normalmente aquí en maría Tomasa lo hacemos con robalo o tilapia, —comento Eduardo uno de los creadores y nuestro anfitrión en aquel mágico lugar—
Cuando el platillo llego a la mesa; como explicarlo, era perfecto; una combinación de colores y olores, un shot largo, rojo carmesí, que era el jugo de corozo; al lado el ceviche servido en una vasija de losa blanca con la cebolla y el pescado, que jugaban en perfecta armonía dispuestos a llamar nuestra atención y despertar nuestro apetito; alrededor, los chips de los diferentes tubérculos tradicionales colombianos; jamás había escuchado de la arracacha; y aunque si de la yuca; todo era diferente y exótico para mí. Conocía los cuentos sobre los bananos gigantes que los colombianos llamaban plátanos y que no se podía comer crudos, que debían cocinarse, pero jamás me habría imaginado que sería tan delicioso; la tajada de plátano verde sin duda fue mi favorita entre todas. Mientras todos comíamos Gina seguía explicado cada uno de los ingredientes de este platillo, siempre referenciando alguna conexión con la idiosincrasia y cultura de los colombianos. El tiempo había volado mientras disfrutábamos y conocíamos más de María Tomasa. Al final la casona si resulto ser el equivalente a una matrona caribeña colombiana y nos había dado la bienvenida a la gastronomía del país y con esto nos abrió la puerta a la verdadera experiencia bogotana.
—sigamos; nuestra aventura apenas comienza y ya ha dejado de llover. —dijo Gina sonriente—
Tomamos nuestros paraguas; miramos incrédulos; El sol estaba radiante en la calle.
Por Fredy calderon