Las ciudades se dividen, según mis saberes, en aquellas que despiertan angustia y son caóticas por excelencia; las hay llenas de concreto, pero que al final de cuentas no son más que eso. También las hay llenas de arte e historia, las que guardan como grandes tesoros los recuerdos y argumentos de sus orígenes mismos y los del país que ellas representan. Entre estas últimas está Bogotá, la ciudad de los museos, así la llamó el guía del walking tour que hice; por cierto, el mejor que he tomado en muchos años. El tour sale del Cranky Croc Hostel, en el corazón de la ciudad. Alguna vez estuve allí en esos recorridos por Bogotá y pude descubrir ese día que sí era la ciudad de los museos. De inmediato pude sentir este olor a libro antiguo y grueso de biblioteca que hace que tengas ganas de seguir pasando cada página más y con más ganas que la anterior para llegar al final, esto era lo que había venido a buscar en los pocos días que tenía para mi viaje. Cuando vine la primera vez a Colombia no tenía sino siete días y no sabía qué hacer. Entonces supe que conté con suerte al estar en el corazón histórico y cultural de Colombia. Es que Bogotá era eso, un gran museo guardián de toda la cultura que tiene este país, donde paso a paso cada calle guarda anécdotas y misterios esperando a ser vistos por nosotros, los que viajamos para visitarla. Además, en mi caso, me había dado las razones y energía que necesitaba para volver al país del café, las montañas y las personas más amables que jamás encontré. Es por esto que he regresado, para saludar a mi vieja amiga, la ciudad andina, y entonces esta vez, ya preparado, recorrer otras partes más de Colombia.
Una ciudad cambiante de climas impredecibles, pero que se dejaba mirar con facilidad, pues todo estaba condensado en aquella zona donde nació la capital. De esta forma, entre lluvia y sol, podíamos entrar y salir de tantos lugares que hacían parte de esa historia colombiana bien guardada que tenía la metrópoli andina. Nos llevaron a conocer la Catedral Primada, que además de iglesia es un lugar lleno de relatos y secretos bien guardados en cada rincón. El guía siempre nos sorprendía con algún cuento. En menos de cuatro horas te llenarás de la vibra de esta capital andina, pues en unas pocas cuadras a la redonda están el famoso y único Museo de Botero, el Museo de los Trajes, el Museo de Bogotá, el Claustro de San Agustín, sede de exposiciones itinerantes y únicas, y luego, a unas cuantas cuadras más, el Museo del Oro. Este último es mi favorito. Yo había escuchado muchas veces que solo era un montón de figuras de oro y más y más de lo mismo, pero en cuanto escuché a nuestro guía darle vida a cada salón, darle sentido a cada figura, escuchar también la música de los rituales antiguos que se entrelazaban con los relatos que nuestro guía compartía, memorias de pueblos antiguos que dejaron para que el futuro los conociera. Eran figuras viajeras en el tiempo y eternas también, tal y como lo es la inmortal dama de los Andes.
Por Fredy Calderón
